miércoles, 14 de marzo de 2007

El Inconsciente Informático y sus Desprogramadores

Hace mucho tiempo que imitamos al software. Simplificando y acelerando este relato en partes iguales, los artistas pasaron de actuar bajo un mandato monarca (en tanto motor técnico, fabricantes de imágenes y objetos dictados por mecenas y gobernantes) a vérselas con ese monstruo agitante y tan romántico que es la inspiración y los libró a sus propios zigzagueos, hasta que las vanguardias -un siglo atrás- propusieron esa carta de presentación e intención llamada programa. El programa-manifiesto es el conjunto y declaración de intenciones que delimitan y accionan los comportamientos de un proyecto y sus miembros. Seguramente todo cambió con la declaración de Andy Warhol: "la razón por la que pinto de esta manera es porque quiero ser una máquina" para mas luego concluir "si pudiésemos convertirnos en máquinas todo dolería menos. Seríamos más felices si estuvieramos programados para ser felices". Este desplazamiento del programa (declaración o instructivo) al programa (software) explotó de inmediato en todas direcciones. Hubo críticos que definieron a Gilbert & George como robots, aunque seguramente la explosión más sugestiva viniera de ese gran propagador de conductas que es el rock, de la mano de artistas como Kraftwerk y mas tarde Devo (tradición que no ha dejado de proliferar y en los últimos años alumbró a experiencias como El robot bajo el agua).
A esta altura se hace dificil pensar nuestra cotidianeidad sin computadoras, ya que interactuamos con ellas permanentemente y en muchos niveles. Esta circulación de praxis delimita lo que vengo llamando inconsciente informático y sobre lo que me extenderé en inmediatos posteos. No sólo nuestro imaginario está plagado de visiones informáticas (supongo que cuando William Gibson puso en marcha en su narrativa el término cyberespacio no imaginaba que en menos de quince años una ciudad como Buenos Aires iba a estar plagada de locales desde los cuales navegar por internet) sino que en nuestra forma de percibir existe un antes y un después de esta relación. No exagero mucho si digo que nuestra percepción está photoshopeada: no necesitamos tener chips en el cuerpo como Eduardo Kac para entender que tenemos incorporado un programa como el Photoshop a nuestro cerebro cada vez que miramos la tapa o el interior de una revista donde son poquísimas las imágenes que no hayan pasado por el programa.
Buenos Aires (como la gran mayoría de las ciudades del planeta) está plagada de carteles y publicidades que son obra del Photoshop. Si nuestra comunicación no es igual después del teléfono (nuestros padres y abuelos ya incorporaron en su inconciente la instantaneidad de la comunicación telefónica) menos lo es luego del impacto tecnológico.
Digo todo esto a modo de intro, porque me parece necesario detenernos un poco en las tecnoideologías.
En nuevos post me iré refiriendo a las nuevas religiones del hardware, a las geografías electrónicas, a los nuevos luditas (las diversas tribus de tecnófobos) y a la relación de las manifestaciones trash y de net art.
Por lo pronto me limitaré a señalar (desde hace un tiempo detesto los posteos muy largos y este está comenzando expandirse demasiado) a ciertos artistas a los que denominaré desprogramadores: acá van dos trayectos de los más interesantes: las obras de Provisorio-Permanente y de Maxi Bellmann. Por supuesto, esto recién empieza.